
El 4 de mayo pasado una de las revistas en español más emblemáticas del periodismo musical dejó de existir, resaltando la idea de que el periodismo está en una crisis profunda, ni hablar del que dedica sus letras a los sonidos. Sobre eso y la historia de la célebre publicación española conversamos con su co-fundador y director, Santi Carillo. Aquí, nuestro adiós a Rockdelux.
Sebastián Herrera
The Velvet Underground & Nico, con la famosa portada de Andy Warhol, fue el ganador entre doscientos discos que se postularon para lo mejor del siglo XX. El álbum no sólo sirvió para festejar los doscientos números de la revista Rockdelux (RDL), sino también para batir un record: más de cincuenta mil ejemplares vendidos. Ese octubre del 2002, fue la cumbre y éxito para la revista y también, sin saberlo, el techo. A casi veinte años de ese hito, la publicación no logró superar o igualar la cifra y, como si eso no fuera suficiente, hace pocas semanas, en el frío encierro de una pandemia, el medio musical de habla hispana más relevante del último tiempo, puso punto final a treinta y seis años en los que escribió la música.
La muerte de RDL es significativa desde varios lugares, primero, da cuenta de la precariedad de los medios de comunicación, del periodismo musical y, sobre todo, de un modelo de pensar y llevar a cabo las ideas en torno a los sonidos. Pero su fin, en términos de cifras, es sólo un número más que engruesa el féretro de los espacios editoriales. “Ahora la música se consume de otra manera, más fugaz, te puede gustar un grupo y otro diferente mañana y ya ni te acordarás del anterior; antes era algo más insoslayable, descubrías una banda y lo seguías de una manera casi brutal. La música hoy no tiene ese matiz que hizo que se te pegara a la piel”, explica, desde España, Santi Carrillo (57), uno de los fundadores y director de la ya extinta Rockdelux.
Los cincuenta mil ejemplares vendidos el 2002, no dejan de ser una cifra paradigmática y una señal de lo que sería el futuro, “en redes tenemos muchos seguidores, como cincuenta mil y eso está muy bien, pero es como ser rico en el Monopoly”, declaró a un medio español, hace pocos meses antes de cerrar. Lo que no distaba de lo que ocurriría más tarde, “no pudo ser de otro modo, hay menos kioscos para vender, el periodismo está en una constante crisis e inestabilidad difícil de resolver; problema que se generó porque la prensa regaló sus contenidos a todo el mundo y eso acostumbró a la gente, la hizo pensar que siempre iba a ser así” sentencia el periodista barcelonés.
Osadía desde los inicios
Rockdelux debutó en 1984 con Alaska y Dinarama en portada, desde ese inicio y durante tres años, pasaron por altos, bajos y números erráticos que encontraron su cauce entre 1986 y 1987, con imperdibles reportajes a artistas como Prince; además de un sinfín de reseñas y entrevistas que parecían funcionar bajo una fórmula de cuatro etapas: afinar el ojo, agudizar el oído, soltar la pluma y crear una clara línea editorial que se diferenciara del resto.
“El periodismo puede hacerse de muchas maneras, pero tiene una base y espíritu inalterable, fiabilidad, rigurosidad y contraste. Eso es lo que hacíamos o intentamos hacer y no se debe perder ese foco”, comenta Carrillo y luego continua, “por más personal que sea la forma de abordar la música, si eres hábil e inteligente, le puedes dar un toque subjetivo, pero siempre considerando ciertos parámetros ineludibles, de otra manera no es periodismo; sería una obsesión personal y egocéntrica por figurar”.
Desde finales de los ochentas, la revista se caracterizó por mostrar portadas emblemáticas, que dividieron a sus lectores; amada y odiada en igual medida, RDL consiguió profundizar donde muchos no se atrevieron a hacerlo. La cultura afroamericana, el indie, electrónica, pop, rock o bolero fueron una clara muestra de su ecléctica visión de la música. Un claro ejemplo fue la tapa protagonizada por la agrupación norteaméricana Run-D.M.C. en el número 33, portada que sirvió para dar a conocer la movida hip hop, cuando aún nadie se aventuraba a destacar el estilo y menos arriesgarse con una primera plana al respecto.
Lo mismo con Rafael Amador, del grupo Pata Negra y el flamenco en 1988, con los Pet Shop Boys en 1993 y Los Planetas en 1999, cuya ilustración de Javier Aramburu fue una demostración manifiesta de su inclinación y predilección por el sonido indie. El abrazo entre Kim Gordon y Enrique Morente, uno de los renovadores del flamenco, publicado en el 2005, reveló su osadía con aquella imagen exótica, pero también coherente con su editorial. El fin llegó con el número 394 de este año, con una elocuente selección de producción cultural para pasar el confinamiento y una editorial que además de ratificar, marcó el fin de una época.
World Wide Web
Distante de los corporativismos y monopolios de la prensa, RDL se caracterizó por la constante preocupación por ser diversa, particular y heterogénea. Con esa subjetiva y ambiciosa idea, nació en 1984, sin saber que una década más tarde irrumpiría su némesis: Internet. “Antiguamente teníamos una información que el lector no disponía, con las nuevas tecnologías el acceso se ha universalizado”, contó para El País, hace unas semanas. Hoy hace un balance, “Rockdelux fue una revista principalmente de texto, que a la gente le gustó porque tenía secciones y aristas que era necesario acentuar y advertir, pero hoy incorporaría otras cosas; haría por ejemplo, reportajes periodísticos con imágenes y videos que incorporen lo musical”, reconoce.
“Estuvimos en conversaciones con una empresa que iba a absorbernos y relanzarnos; la idea no era cambiar, sino seguir haciendo lo que sabemos, pero incorporando elementos culturales, de lifestyle que llegaran a un público más joven. Era un proyecto muy ambicioso pero con la crisis del coronavirus, ninguna empresa está en condiciones de invertir en cosas que son muy bonitas, pero que no sabes qué garantías económicas y éxito puede tener”, dijo.
This is the end
En una época sin mp3, sin YouTube, sin la inmediatez de las descargas y lanzamientos en línea, sus compilados eran oro puro para quienes, ávidos de nuevos sonidos, escuchaban con ansias la selección que podría cambiar el rumbo musical de sus vidas. Sin embargo, el 4 de mayo fue el cierre definitivo de la publicación que terminó sus días sin claudicar a su consigna: una revista de papel, con espíritu underground y vocación masiva.
“Ahora todo tiene que ser más visual, eso es lo que aplaudo del tema digital, una de las cosas que más me molestan es el cutrerío de algunos medios o webs, una sensación de voluntarismo, amateurismo, de intentar hacer las cosas bien, pero que se nota que faltan medios y experiencia”, afirma. Posteriormente marca la diferencia, “no quisimos entrar en esa dinámica decadente de tratar de hacer las cosas bajo mínimos recursos, o llegar a no pagar a nuestros colaboradores, por eso determinamos que, aunque hay un camino por explotar muy sabroso se necesitan medios y recurso para lograrlo y ahora no es el momento”.
Para finalizar, el hombre que pasará a la historia por su aporte al periodismo resume el fin, “los proyectos empezaron a depender netamente de la publicidad, la gente dejó de comprar en kioscos, que era el ingreso principal de los grandes medios de comunicación y esa dinámica fue la que desprestigió la información; hizo pensar que con sólo con un click habría acceso diario a los contenidos; olvidando que hay un equipo detrás de eso”. Luego remata, “dicho acceso te da muchas visitas, también te pone en manos de los publicistas, con una publicidad más irruptora, al punto de ser realmente ofensivo. Este escenario nos hizo concluir de que aún no están las condiciones para pasar a digital, menos que tuviera una audiencia consciente que debía hacer un pago por consumir esta información. Sabíamos y sabemos que eso no iba a ser inminente y si a eso le sumamos el mazazo del coronavirus, fue el golpe de gracia que sufrimos y la respuesta a nuestro cierre”.