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David Ponce: “es como si la estrechez fuera el único precio por hacer cosas independientes”

Casi 30 años dedicados al periodismo musical, una editorial propia dedicada al género, y un sinfín de artículos y entrevistas marcan su forma de resistencia en un campo inestable, que a pesar de ser cada vez más precario, no lo detienen. Sus respuestas delatan su persistencia. Al parecer, no hay otra forma. 

Sebastián Herrera

El periodismo musical es una trinchera, funciona como colectivo o como una especie de manada que, con su propias formas, métodos y códigos se encarga de reivindicar discursos pasados, contemporáneos o los por venir; el gesto -el pensamiento- es tan o más políticos que el de cualquier frontman que habla desde el escenario o así, al menos, nos gustaría imaginarlo. Bien sabe esto David Ponce (52), periodista que ha hecho de la música su forma de hablar sobre y con el mundo; haciendo de ella un medio y lenguaje que permite advertir los cambios sociales y políticos de sus entornos próximos. Una especie de termómetro y al mismo tiempo arma, “un gesto político y un riesgo también para un estado de cosas convencional”, advierte. 

Su nombre es una constante dentro de la escena y su firma está presente en artículos publicados por medios como Rolling Stone, Zona de Obras o en sitios como CuecaChilena.cl. Además, es uno de los editores del proyecto MusicaPopular.cl, y autor de libros, como Prueba de sonido. Primeras historias del rock en Chile” (1956 – 1984), editado el 2008, por Ediciones B; “Lucho Gatica, cuenta el bolero” del 2018; y “Se Oía Venir. Cómo la música advirtió la explosión social en Chile”, publicado este año, los dos últimos sacados a través de su propia editorial llamada Cuaderno y Pauta.

Dedicado a la música desde 1993, el periodista cuenta que empezó por gusto y ahora por el tremendo contingente de creación musical que se compone, graba y toca en Chile, Ponce es uno de los personajes ineludibles para hablar sobre lo que ocurre actualmente en este campo.

¿Cuáles son tus referentes en este campo y qué llama la atención de ellos?

Lo que llama la atención es la posibilidad de descubrir música gracias al periodismo. Referentes tengo más bien desde la época en que empecé a trabajar mientras estudiaba todavía. O antes incluso: la revista “La Bicicleta” en los años ochenta de todas maneras, con los artículos que escribían Álvaro Godoy, Antonio de la Fuente, Eduardo Yentzen y más. Luego revistas contraculturales del underground de fines de los ochenta, sobre todo “Beso Negro”. El periódico Noreste también en su momento, donde leía cosas de Leonardo Gaggero, Beltrán Mena, Vicente Cluá, o la revista Apsi, con Mili Rodríguez Villouta, Francisco Mouat, cosas no necesariamente musicales. María Eugenia Meza como editora es un referente, igual que Cristián Farías, que escribía las mejores notas de música que recuerdo en diario La Nación de comienzos de los noventa, o la revista “La Noche Editada” por Jaime Piña. Extravaganza!, de los Mujica: una biblia absoluta. Todo eso aparte de leer en esa época revistas de música inglesas que se pudieran conseguir, como “Q” o “Mojo”, o la francesa “Les Inrockuptibles”, que eran más entretenidas que “Spin”, “Pulse!” o “Rolling Stone”. También estaba la edición original de la revista “Rock & Pop”, la argentina, que circuló por quioscos de Santiago a comienzos de los noventas o antes, y lo primero que pude leer sobre shoegaze, psicodelia, noise o rock independiente fue en artículos de Daniel Renne, Norberto Cambiasso, Alfredo Rosso y creo que Pablo Schanton que aparecían ahí, años antes de que llegara “Rockdelux”.

En el libro “Se oía venir” intentaste dar visibilidad a voces que interpretaron la previa al estallido, pensando en el actual momento ¿qué lectura complementarías a partir de la pandemia?

Una lectura continua, de todas maneras. Con “Se oía venir” quisimos entre siete autoras y autores hacer un registro de las cantidades de señales que durante treinta años vino dando la música popular en Chile sobre las razones que llevaron a la insurrección del año pasado: hasta ese punto era la idea llegar. Pero mientras lo estábamos escribiendo y editando, ya había una continuidad con ese escenario previo, en el cúmulo de canciones, videos, actos masivos, colaboraciones, discos completos y otras expresiones musicales que se generaron desde el 18 de octubre en adelante, y que es un capítulo que no alcanzamos a escribir porque estaba pasando en tiempo real. Ahora que esta pandemia vino sólo a agudizar las hostilidades del sistema capitalista en el que vivimos, está claro que la insurgencia no tiene cómo amainar, y también la música lo está reflejando desde el comienzo, en el rap, en la murga, en la influencia del folclor, en todo tipo de canciones.

Pensando en todos los medios que has participado, que van desde miradas de la gran industria a escenas independientes ¿cuál es el mínimo común denominador, los puntos de diferencia y lo que rescatarías?

El denominador común es uno no más, las opciones y prioridades personales. Creo que está bien que si alguien trabaja en periodismo tenga un tema de interés de largo plazo, o al menos una mirada, algo como una línea editorial personal, para no ser sólo operario o un engranaje de los intereses de un medio más o menos establecido si es que quieres hacer algo más. Los puntos de diferencia suelen ser los grados de independencia por una parte y los recursos por otra. En los medios corporativos en que he estado siempre ha habido más recursos, laboralmente funcionan mejor. En espacios más alternativos los niveles de libertad son mayores, pero es todo más esporádico, más precario en cuanto a medios materiales, más informal en términos laborales, más pobre en el financiamiento. Aun así, prefiero eso, al menos mientras se pueda sostener. Pero, en general, es como si la estrechez fuera el precio por hacer cosas independientes. Si suena subdesarrollado muy posiblemente es porque lo es.

¿Cómo se puede politizar o crear una mirada más arriesgada al abordar el periodismo musical?

Una mirada más arriesgada y política me imagino que parte por considerar que la música en sí misma es un gesto político y puede representar un riesgo también para un estado de cosas convencional. Estoy pensando desde la resistencia que hizo la música chilena aquí dentro y en el exilio, contra la dictadura de Pinochet, en los setenta y ochenta, pero también en el discurso proletario levantado luego, desde la época de la transición, por el rap, o en cómo las formas de gestión y producción colaborativas y gratuitas de una escena independiente (sea de música electrónica, rock, experimental o cualquier otra) desafían los supuestos mercantilistas del orden neoliberal. Y desde ahí se puede pasar a cómo las más recientes generaciones de autoras y compositoras, por un lado, o de productoras y productores de trap, por otro, han venido a evidenciar los prejuicios y la segregación de la sociedad chilena en términos de género, de clase social o de culto por el consumo y el individualismo, y de cómo todo eso es capaz de retratar parte de la identidad de un país nada menos. Si el periodismo dedicado a estos temas tiene en cuenta a la música como una herramienta así de elocuente y de conectada con el contexto, la lectura política y arriesgada llega por sí misma, me parece. Pero, como sea, y lo más importante, después de decir todo esto: la música es también una vía de puro goce y gusto y apreciación de melodías, armonías, ritmos, timbres y todos los demás atributos que tiene. Imposible renunciar a esa forma de experimentarla. Digo, aparte de cualquier misión social que supuestamente tenga que cumplir.

¿Cómo ves el campo en la actualidad?

Está claro que no son buenos tiempos para el periodismo como se conoció hasta hace algunos años: ha habido cierres de medios, la prensa escrita, en general, está en aprietos, la concentración se mantiene, hay diversas señales. El periodismo dedicado a la música es parte de este cuadro. En la actualidad creo que encontrar espacios para ese trabajo depende bastante del talento y la capacidad de cada periodista por generar esos espacios. No es sólo que los medios periodísticos convencionales sean la única vía para la prensa musical: ahora es que esos medios están dejando de existir por completo. Pero no basta con generar nuevos medios. La contrapartida es que además habría que hacer que esos nuevos medios fueran relevantes para audiencia ojalá importante en tamaño, y eso también depende del talento y la capacidad de cada periodista para funcionar además como gestora o gestor. Pero, con todo, sí está la opción de generar esos espacios propios, independientes, desde podcasts o contenido audiovisual hasta medios escritos en línea. Ahora último, sin ir más lejos, he visto buenísimas entrevistas por plataformas como Streamyard, Zoom o por Instagram live o Facebook, catalizadas por el actual estado de encierro. AirelavaleriA, que es una tremenda música, autora y compositora, me invitó a una de sus sesiones dominicales de conversación vía Insta y fue como una entrevista de ida y vuelta sobre música: eso es periodismo sí o sí en mi opinión. Y en cuanto a la actualidad general en estos días, más que por ningún noticiero me he estado informando por medios como Ciper o por los tuits de Alejandra Matus, un ejemplo impactante de que una cuenta de Twitter bien usada basta para ser una herramienta más reveladora y relevante que los medios oficiales. 

¿Cuál es el escenario que te gustaría para el futuro de los periodistas musicales?

Pienso en dos palabras para tratar de responder eso: inquietud y creatividad. El único escenario ideal que se me ocurre es que haya periodistas con la inquietud y la creatividad necesarias para producir y gestionar espacios nuevos en los que trabajar. Tal vez es falta de fe en el mundo o dificultad mía para pensar en términos colectivos, pero me parece iluso esperar otra cosa, que llegue alguien de afuera a cambiar la situación.  La crisis de la industria de la prensa como la conocíamos sirve, por último, para ampliar esa concepción de “medio periodístico” a otras instancias igual de válidas: pienso en el documental como herramienta, por ejemplo, o en una editorial autogestionada también. De todos modos, hay un factor que tiene directa relación con el tema de este campo del periodismo, que es la música. He reporteado sobre música chilena por años, y está claro que estos son tiempos difíciles para mucha de la gente que trabaja en periodismo en general, y en periodismo de música en particular con bastante mayor razón. Pero creo que para quienes trabajan en música, salvo los nombres más “exitosos”, siempre han sido tiempos difíciles. Al menos en Chile que es lo que conozco: medios de comunicación reacios, públicos fieles, pero no siempre numerosos, condiciones laborales precarias. Y aun así la cantidad de talento que hay es gigante, y es posible encontrar muchas cosas estimulantes o valiosas ahí. Creo que en la música chilena no sólo está el campo que uno reportea como periodista. También está un ejemplo de cómo mantener vigente un oficio.

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