Treinta años en una polera de Sonic Youth

Sebastián Herrera

El primer regalo que me hizo mi novia fue una polera del Goo de Sonic Youth. Lo hizo porque sabía que ya tenía una que me negaba a dejar de usar. Era un pequeño tesoro para mí, uno de talla media, que envejeció con hoyos en las costuras y el dibujo prácticamente desteñido, pero que vestía resistente y persistentemente, al menos cuatro de los siete días de la semana. Existía una nostalgia en ella que concentraba muchas cosas. Era más que un pedazo de tela y los agujeros eran más que simplemente agujeros; el uso era el valor más grande que tenía y bastaba para subjetivar su presencia. La naturalidad con que el color del serigrafiado había comenzado a agrietarse hasta abrir delgadas líneas irregulares, que se extendían por el horizonte del pecho, en pequeños fragmentos de nostalgia, envolvía no solo mi experiencia más significativa, sino mi fe más ciega en lo que ese disco también era: un recorrido melancólico que viaja por sonidos que podrían ejemplificar perfectamente lo que había escuchado hasta la fecha.

Al igual que el Angelus Novus de Klee que, con sus alas apunta al futuro y con el rostro observa el pasado; el álbum es un viaje temporal de atrás hacia adelante, pero concentrado en un aquí y ahora. Por eso la imagen de la carátula no deja de ser ejemplificadora, pues representa lo que ella también es: un relato sensorial, retro y vintage. La fotografía interior del auto en que estaban Maureen Hindley y David Smith, justo después de denunciar a los responsables de llevar a cabo robos, violaciones y una serie de asesinatos; hermana y cuñado de Myra Hindley, quien, junto a su novio, Ian Brady, fueron los acusados y culpables de cada uno de esos crímenes. Pura saudade.

La historia de esa imagen es perfectamente elocuente y refleja muy bien el contenido de lo que ahí se encuentra. La fotografía, aparecida en todos los medios de prensa de los sesentas, fue traducida en la ilustración que llevó a cabo Raymond Pettibon, quien mantuvo intacta su aura, agregándole un halo desgreñado, vintage y punk, muy en la línea de lo que había conseguido con los californianos Black Flag y las decenas de afiches y portadas de la escena hardcore e independiente de mediados de los ochentas. Resumen y piedra angular del sonido que se haría característico en los noventas, con un Sonic Youth como propulsor de un movimiento que funcionó como manada hasta 1991, el año que el punk quebró.

El trabajo suena tan nuevo como viejo; pues consigue una nostalgia, que encuentra su herida en las ideas de futuro que alguna vez idealizó el rock sesentero y setentero, el punk clásico del 77, post punk de los ochentas, hardcore de mediados de la misma década, además de pop y música concreta. El proceso de grabación fue también pura melancolía; una combinación de elementos retro contextualizados al ejercicio presente, que piensa con añoranza un futuro inexistente. Todo esto escenificado en el mismo proceso de Goo: un desfile de personajes que eran parte de la historia pasada, presente y futura de la banda; y que partió con la asistencia en producción de Don Fleming, de los Velvet Monkeys, y J. Mascis, de Dinosaur Jr., y terminó con la colaboración del rapero Chuck D. (Kool Thing), homenajes a Karen Carpenter (Tunic (Song for Karen)), videos con Sofía Coppola (Mildred Pierce), o la participación de William Burroghs (Dr. Benway’s house); en definitiva, un álbum rebosante de un porvenir basado en una retrospectiva que encontró, en su contemporaneidad, la forma de volver a creer en los mañanas próximos.

La polera que me regaló mi novia es también eso: una comunión de tiempos, percepciones y experiencias, que se basaban en el mismo entendimiento que tengo de Sonic Youth al momento de grabar ese disco. Una unidad que habían encontrado su correspondencia en un Thurston entregando la experimentación, Kim la noción de arte, Ranaldo la melodía, y Shelley la capacidad de articular una narrativa en ese tríptico de lenguajes.

La polera ha pasado la prueba del tiempo, al igual que este disco, aunque ambos siempre contengan, imperceptiblemente, las grietas que despiden la nostalgia y avanzan tatuadas por la piel del futuro.

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