Sebastián Herrera
Movimientos lentos para un diálogo al atardecer, en que los colores van difuminándose, trocando el paisaje, generando mixturas calmas e imperceptibles, pero siempre móviles y tornadizas en sus sutiles desplazamientos; Mixing Colours, álbum que los hermanos Roger y Brian Eno, lanzaron a principios de este año, nos adentra en el susurro de la luz y sus silencios.
Alguna vez Rimbaud escribió “A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul”, resignificando las vocales y palabras, en una acuarela de nuevos lenguajes que permitieron teñir la imaginación, los futuros próximos y los más distantes. Los sonidos de este trabajo cumplen un rol similar, en una aparente continuidad de búsquedas ambientales, iniciadas con Music for Airports, o en ese diálogo imperceptible con la música de mobiliario de Erik Satie, los hermanos Eno, pronuncian una nueva atmosfera, teñida en una especie de corriente new age, que busca soslayar la inexorabilidad del tiempo.
Las palabras conforman sus propias atmosferas, cada título es un susurro que anuncia los ambientes y traducciones que los autores buscan del sonido: Spring Frost, Dark Sienna o Rose Quartz, son muestras de las alegorías que hay tras cada composición y las capas o tenues brumas que imponen en sus paisajes.
Quizás, la relación con su hermano menor da cierta discreción a esta entrega. Brian, quien nos acostumbra, tanto en el silencio o sonido, a percibir injerencias, hiatos e irrupciones, en este inusual momento del mundo entrega una inusual composición: uniforme en la mixtura, calma en su entrega.
Fueron 15 años los que demoraron en componer este cuadro cromático, una década y media de diálogo entre ambos y en el que se privilegian melodías articuladas desde la improvisación y ambientes casi imperceptibles, en una suerte de diario y registro de las distintas tonalidades que existen, tras una ventana vista desde la monotonía de una casa vacía.
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