
Desde los noventas que Corea del Sur desarrolla una industria musical que hoy tiene llegada a todo el mundo. Un género que los ha posicionado y ubicado en el mapa, que hoy alcanza una influencia impensada: el poder de boicotear eventos políticos y masificar en redes las causas que los inspiran. Aquí, un análisis de dos entendidos en el tema, el escritor inglés Adrian Besley y la periodista Monserrat Saavedra.
Por Bárbara Alcántara
“El sábado va a ser increíble”, afirmaba Donald Trump al referirse al lanzamiento de su campaña presidencial en junio pasado. La convocatoria prometía. Más de diecinueve mil personas ya habían reservado su entrada para el BOK Arena de Tulsa en el estado de Oklahoma, Estados Unidos. “Después de cuatro meses de confinamiento, los ciudadanos que me apoyan estarán ahí”, pensó el marido de Melania, quien había preparado dos discursos para tamaño evento, uno para la audiencia que estaría dentro del estadio y otro para los cuarenta mil que supuestamente lo vitorearían afuera. “Es la mayor suscripción de entradas a un mitin de todos los tiempos”, declaró el jefe de campaña Brand Parscale en su cuenta de twitter. Todos estaban fascinados sin siquiera sospechar que nada resultaría como esperaban. Se trataba de un boicot.
Un boicot que se le atribuyó a los seguidores de las bandas de K-pop, la teoría manejada por la mayoría de los medios estadounidenses fue que dichos fanáticos urdieron su plan a través de la red social TikTok. Allí, mientras practicaban una vez más una coreografía tipo boy band, reservaron a través de internet la mencionada cantidad de entradas con el objetivo de sabotear magno evento donde más de la mitad de los asientos resultaron desocupados, dado que la cifra final de los asistentes promedió seis mil personas.
¿Cómo es que adolescentes seguidores de un género que no tiene nada de político se movilizaron de tal manera para echar abajo un evento completamente politizado? y de Trump, por lo demás. Adrian Besley, escritor inglés y autor de tres biografías de las bandas más emblemáticas del género, cree que este episodio es “hilarante”. Luego agrega que “al parecer los republicanos y otras autoridades estadounidenses han sobreestimado profundamente la rapidez, el poder y como no, el sentido del humor, con que los seguidores del K-pop pueden actuar”.
Consultado acerca de una posible politización del género responde tajante, “no, se trata de un estilo ligado al entretenimiento y la mayoría de los fans están interesados en la música y la imagen de los artistas. Este estilo por si solo es claramente apolítico y no muestra una preocupación por cambios sociales”, detalla en un mail desde Londres. “Yo creo que es la gente joven que por iniciativa eligen alinearse con causas como el cambio climático, la lucha por la igualdad de género o el racismo. Algunos de ellos usan los foros del K-pop y otras plataformas para discutir estos temas y protestar de manera orgánica”, escribe.
Dicha motivación por causas sociales es lo que mueve a Monserrat Saavedra, periodista chilena de 26 años y seguidora del estilo surcoreano que fue vinculado —según un informe del Ministerio del Interior que analizó el comportamiento en redes sociales del viernes 18 de octubre del año pasado— con jóvenes participantes en las marchas del estallido social. “Son aficionados al K-pop”, concluyó el análisis junto con sumar que en redes sociales se repetían comentarios en contra de carabineros y autoridades por “violar los derechos humanos” y “negar el movimiento social”.
Justamente Saavedra, quien estuvo al pie del cañón en la primera línea, sostiene que “no sabría decir si la gran masa de k-popers tienen una tendencia política porque somos de generaciones muy variadas; pero lo que pasó en Estados Unidos partió porque es normal que los fans pongan hashtags de sus grupos en todo, es cultura de ellos viralizar e infiltrar el contenido K- pop en cualquier cosa”, dice y concluye, “por lo tanto, no puedo garantizar que sean políticamente activos, lo que sí puedo garantizar es que tienen una presencia enorme y constante en internet”.
Sobre aquella participación en las marchas nacionales, el escritor británico teclea, “Si bien, he leído historias acerca de la influencia de los seguidores del K-pop en las protestas chilenas, no puedo comentar mucho sobre un caso específico; pero sí es evidente lo que sucede en muchos países alrededor del mundo. Primero es un hecho de que el K-pop se desarrolla rápidamente, es liberal, apoya los derechos humanos y se opone a las persecuciones”, enumera para pasar al segundo punto; “los grupos sociales masivos de internet se están dando cuenta del poder que tienen y esto puede traducirse en mostrar una fuerza política”.
Así, un género que comenzó completamente influenciado por el pop occidental noventero cuyo contenido no puede estar más alejado de causas sociales, hoy se transforma lentamente en una fuerza de poder. Y ellos lo saben. Corea del Sur ha creado una industria para moldear a sus ídolos, llegando a recurrir a la cirugía plástica si es necesario y en la actualidad cuenta con un departamento especial en el Ministerio de Cultura del país gobernado por Moon Jae -in, quién destina apoyo financiero al género debido al prestigio internacional que les ha dado. “Celebran constantemente el éxito que les ha brindado, el que llega al nivel de ser usado fuera del estado. Incluso Corea del Norte usa sus canciones en actos de campañas presidenciales, tal es el caso de la agrupación Black pink presentándose cuando Kim Jong-Un visitó Pyongyang en Corea del norte”, explica Besley.
“La música tiene beats muy pegotes, yo no busco música profunda, sino que me entretenga nada más y la estética de las visuales hicieron que terminara investigando e invirtiendo en videos, presentaciones y en contenidos para fans. A diferencia del mundo occidental, la industria coreana se preocupa de generar mucho contenido para fanáticos; hay una constante conexión con sus seguidores”, explica la periodista chilena al ser consultada por los elementos que le atrajeron del género. “El K-pop tiene una fórmula que mezcla pop pegajoso, grandes visuales y una relación honesta con sus fanáticos”, ratifica Besley sobre el mismo tema, quien también analiza el hecho de que muchos de los aspirantes a ídolos del estilo, terminan suicidándose por la presión que les impone la industria. “El suicidio no es sólo un problema del K-pop, afecta a las estrellas del K-drama y a la sociedad coreana en general. Es sabido que esto afecta a Corea del sur más que a cualquier país desarrollado; sin embargo, el K-pop también tiene temas que no ayudan, esto incluye los contratos excesivamente estrictos de los artistas con las compañías, la intensa presión que ejerce la devoción de los fans o también la odiosidad de los mismos que están acostumbrados a vivir en una cultura donde el suicidio no es tema, ni se comenta”, finaliza.