
En este especial de Grieta, sobre el Estallido Social, el escritor, Patricio Jara, nos entrega su visión de la música y el rock en este periodo de revueltas.
Por Sebastián Herrera
Las murallas de sonidos inconfundibles de Slayer sirvieron como anticipo del fin. No solo Chile cambió en octubre, sino también el mundo del metal. La banda liderada por Tom Araya dijo adiós a los escenarios nacionales el 6 del décimo mes del 2019. “¡Viva Chile ¡Viva Chile! ¡Viva Chile, mierda!” fueron las palabras finales. Doce días más tarde, el país también hizo su despedida, pero esta vez de la dictadura y transición. O al menos, eso espera gran parte de quienes ardieron en la exigencia de dignidad. Entre medio de las demandas, del ruido de la calle y la revuelta, el escritor y periodista nacional, Patricio Jara, daba cierre a Electrozombies, (Pez Espiral) un libro con el que hizo ingreso en las opacidades y radicalidad del rock nacional, a partir de una crónica cuyo protagonista fue la banda compuesta por Miguel Ángel “Comegato” Montenegro, junto a Paola y Marcela Zamorano, quienes, consonantemente con los actuales tiempos, demostraron que “el caos siempre derrota al orden”.
Tres años antes de que todo esto ocurriera, Jara lanzó un tributo a las tres décadas de “Read In Blood (1826-2016). 30 Años Del Clasico De Slayer” (Planeta), el disco más relevante de la banda. La edición, lanzada también en octubre, pero del 2016 y donde en poco más de 160 páginas se encuentran datos de la banda, detalles de la grabación, anécdotas y análisis sobre el sonido, producción y arte del álbum. Octubre es casi símbolo, una forma en que el ruido se presenta ineludible ante este escritor que ha sabido narrar al ritmo vertiginoso, veloz y crudo de un país que baila sobre el filo del metal.
¿Podrías describir los sonidos que recuerdas del estallido, sus texturas, formas, y lugares de procedencia?
Es difícil responder con algo particular porque, tal como dijo Al Jourgensen, “Everyday is Halloween”. Pero más que sonidos, la primera impresión fue de ver gente reunida en lugares donde nunca los había visto, como en una de las partes más tranquilas de Ñuñoa, donde vivo. Además, esa noche hice algo que no había hecho por lo menos en 25 años: comprar una lata de cerveza (grande) en la calle y tomármela impunemente mientras caminaba por Irarrázaval. Pero de eso me di cuenta tiempo después. No se transformó en un hábito, desde luego, pero me dejó pensando.
Cuando Chile estallaba tu dabas cierre a la crónica sobre Electrozombies, ¿cómo crees que dialogó la música de Electrozombies, en particular, con el momento, y cómo viste que conversó la música en general con el mismo acontecimiento?
Alguien dijo esa noche, con toda espontaneidad, que lo que pasaba en las calles era como estar dentro de una canción de Electrozombies y tenía toda la razón. Ese viernes hubo un show en Mibar y, claro, el ambiente afuera estaba tenso porque llegaban las primeras noticias. Luego comenzó la música y todos nos olvidamos un poco, aunque después…
¿De qué forma afectó tu escritura el movimiento social?
En mi última novela, “Tragar el sol”, hay un episodio en que el personaje hace una descripción de la Alameda mientras va en un bus rumbo al aeropuerto y es una Alameda muy distinta a la que existe hoy, por lo tanto releí el fragmento, pero sólo eso. No lo iba a cambiar. Nunca tan oportunista. Pero muestra un mundo que dejó de ser. Hablaba de calles llenas de rayados que no dicen nada, los famosos tags, pero que ahora sí dicen, y mucho.
¿De qué manera piensas que los discursos de la música se reafirmaron, contradijeron, o encontraron luego del estallido?
Yo escucho metal desde los 14 años y tengo 46, de manera que mi imaginario es más o menos el mismo, una forma similar de ver el mundo. Sin embargo, noté que muchos músicos nacionales “modernos”, por llamarlos así, se quedaron en un tremendo silencio porque sus letras hablaban de cosas que, en vista de la situación, quedaban como canciones de Barney.
¿Crees que el rock será el encargado de ser el archivo de la revuelta, así como lo fue para otras revoluciones?
¡¡Es que lo ha sido desde siempre!! Si el rock, el rock-rock, no lo hace, entonces quién. El descontento en las letras de decenas de bandas, sobre todo underground y con más o menos metáforas, ha estado presente desde mucho antes de que se manifestara como ocurrió a partir del 18 de octubre.
¿Es posible escribir un relato de Chile a partir del Estallido Social? Si fuera así, ¿sobre quién o quiénes se escribiría?, ¿desde qué momento se comienza a escribir este relato? ¿Qué sonido o sonidos estarían presentes?
Sí, claro que es posible. Mis dudas están en los tiempos de maduración que un relato necesita. Hay y habrá muchas crónicas, tal vez demasiados “instant books”, libros desechables y oportunistas. En estas cosas necesitas, como en el fútbol, tiempo y distancia; ver el paisaje con claridad y eso no lo consigues fácil. Porque, al final, cada uno ha vivido su propio estallido. El mío, en particular, comenzó diez días antes, cuando terminó el último show de Slayer en Chile. Desde ese momento todo comenzó a venirse abajo. Algún día saldrá algo de allí.