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Poéticas del Ruido

Mika Martini, Óscar Santis y Jorge Castro hablaron sobre ruido, pandemia y revueltas. Santo Noise fue la excusa para articular una posible traducción de estos nuevos tiempos.

Por Sebastián Herrera

La belleza de una iglesia ardiendo. La calle intervenida entre gritos y aglomeraciones. El sonido del metal que resuena ante el acontecimiento, golpe, y presencia. Piedras, escombros: armas que se descubren ante la urgencia. La performance de la intemperie, la precariedad y belleza de los bordes, los meandros y sus voces que confluyen. La resonancia en la atmósfera, el prístino sonido de lo que fue basura y se trocó herramienta, instrumento, sonidos sobre el metal, objetos rudimentarios rajando el aire, texturas del ambiente. La presencia aurática del impacto del puño ante la indignidad de la fuerza policial, al orden –o su idea. La calle recuperando su lenguaje, el sonido originario que precede al cemento, que se abre entre grietas, entre el peso del cuerpo que alcanza al pavimento. Esto no es una poética, quizás solo una forma de traducir los acontecimientos. ¿Existe una manera de convertir en sonido el Estallido Social? Quizás, si existiera una posible traducción, su lengua sería el ruido, la interferencia, el acto de cortar la ley y su cotidiana sinrazón.

Luego, el corte.

Una alameda extensa y vacía, cuando el sol alcanzó a producir un sonido reverberante y vacío. El aletear de algunas aves. Tal vez, incluso, el movimiento de las hojas o el delgado curso del río. El encierro tiene una sonoridad, una atmósfera que incluso mirado en retrospectiva parece extraña. ¿Qué fue de ese otro espacio? ¿Qué fue de esas capas y muros de sonidos que aparecieron durante la revuelta? ¿Qué fue del sonido de los manifestantes? ¿Qué hubo antes de que la calle simplemente se callara?

El virus vino a dar una nueva atmósfera al país. Una tensa calma que se resquebraja, como delgadas capas de hielo que se rompen ante el más frágil contacto. El Estado de Chile no sabe de sutilizas. Las llamadas fuerzas del orden han entrado en un atropello constante, sistemático e irracional. El hielo se ha quebrado. Escurre y se tiñe rojo sangre. Luego de cientos de heridos, muertos y mutilados tras el 18-0, un nuevo hecho vino a dar una nueva atmósfera al silencio pandémico. Con la muerte, a tiros, del malabarista Francisco Martínez a manos de carabineros, el fuego y el ruido nuevamente se tomó la ciudad. No hay metáforas ni arte que pueda dar cuenta de la crueldad de los hechos.

¿Cómo entender los actuales tiempos? Hace algunos meses se desarrolló el Festival Santo Noise, un encuentro que reunió a más de 60 artistas de distintas partes del mundo, para ver, dialogar y escuchar el Arte Sonoro, el Ruidismo y la Experimentación Electrónica. Mika Martini, del sello nacional, Pueblo Nuevo, fue uno participantes y aprovechó la instancia para tener una pequeña conversación en torno al ambiente sonoro de nuestros días y su relación con el ruido.

El escultor, pintor chileno y artista sonoro, Óscar Santis, uno de los curadores del encuentro y el fundador del mismo, Jorge Castro, entablaron un diálogo, con el director del netlabel local, donde el ruido de las imágenes, puntos de vista, reflexiones y acercamientos al género crearon su propia atmósfera, una espesa bruma donde lo poético, político, estético y artístico demostraron ser mantos que cubren los actuales tiempos. Tiempos convulsos, oscilantes, que marcaron sus propios quiebres. Una grieta dividió al Estallido Social y la pandemia, dejando en evidencia que la multiplicidad de sonidos emergidos en ella y que se vieron aplacados con el silencio del encierro.

Estos dos momentos e instancias de diálogo fueron la atmósfera sonora y el punto de reunión que, Mika Martini, encauzó y que nosotros fragmentamos para observar las imágenes que emergieron durante la conversación: un arte poética en torno al ruido, al tiempo y a los fenómenos sonoros y sociales.

Borramos la autoría. Solo dejamos las voces de estos tres actores que piensan los actuales tiempos y los ruidos que, como voces, intentan interpelar el cuerpo social en revuelta.

Cuando estás expuesto a periodos extensos de ruido, llegas a un momento de gran concentración y reflexión, en el que ves las cosas de distinta forma.

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Cuando pienso el ruido, pienso en algo que no se puede nombrar. Hoy la realidad se volvió eso: ruidos incomprensibles.

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Quienes estamos relacionados al ruido y al noise como elemento estético, sabemos que el ruido se ha vuelto a poner en relieve en la vida de las personas.

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Entre el estallido y la pandemia existieron dos momentos distintos. Desapareció el espacio que estaba tomado por las protestas y el ruido.

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Una manifestación es un ruido complejo, de distinta sonoridades y fuentes sonoras. Cuando la gente se reúne a protestar, lo primero que uno siente son gritos, golpes, bombos, megáfonos, pasos, ritmos, intensidades que producen el ruido ambiente, que molesta a quienes están fuera, pero que dentro es una parte importante y constitutiva de cómo nos manifestamos.

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En la pandemia me metí mucho en el computador para oír música. Es extraño, porque todo quedó reducido a los audífonos, como si fuera un estado de concentración y una forma de relacionarnos donde los territorios perdieron relevancia.

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La escucha se ha agudizado en este tiempo. Con la pandemia, las restricciones y el encierro, algo se produjo. De pronto, comenzamos a habitar el silencio, comenzamos a escuchar a las aves, el viento. Espacios que eran un infierno de motos, autos, buses y de cosas todo el tiempo, de golpe, acabaron. Hay cambios en el ambiente.

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Hoy hago menos y más puntual. Antes el ruido surgía de algo muy complejo, ahora busco en lo simple. Pienso más lo que quiero hacer. Pulo más para conseguir que, en lo simple, lo potente y local esté teñido por todas las situaciones estéticas del ruido.

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