
Ganadora del premio Pulsar 2018, por su álbum III, Kinética nos acompaña en esta nueva publicación de Grieta Mag.
Por Sebastián Herrera
El Wu shu es un arte marcial y práctica olímpica que, con sus movimientos lentos, sutiles, armoniosos y orgánicos, por momentos, nos hace olvidar que, más allá de la belleza de su ejecución, su búsqueda tiene directa relación con la muerte. De algún modo, el ejercicio de esta disciplina nos aproxima a la música de Emiliana Abril: Kinética, cuyo seudónimo alude al estudio del movimiento mediante el empleo de conceptos de longitud, tiempo y masa, como si fuera un aviso de que en ella encontraremos búsqueda y control, inercia y movimiento. Su sonido es un cuerpo aeróbico que se despliega entre capas que ejecutan vuelos y aterrizajes, que pueden ser suaves, orgánicos, líquidos y vaporosos, capaces de adecuarse a distintos ambientes que pueden ir desde el pop, a lo electrónico, pasando por el hip hop o el soul, la experimentación es la raíz y herramienta con la que se busca dar muerte a los estereotipos y géneros.
“Practico Wu shu y hago música. No sé qué ha influido en qué, si la música en el Wunchu o éste en mi música. Quizás ambos se han visto afectados. Sin embargo, la música ha incorporado la disciplina, constancia y práctica de este deporte. Su influencia no tiene tanto que ver con temas compositivos o sonoros, pero sí en el espíritu de cómo hacer música. Hay algo en mi modo de ver la vida que, por alguna razón, me ha conducido a hacer ambas cosas”, explica la artista que en ese afán por experimentar y dar fin a cualquier estereotipo ha incursionado en la danza contemporánea, instalación, arte sonoro y actuación, llevándola por diversos festivales en Chile y el extranjero
Como sabes, hemos hecho un largo especial sobre el Estallido Social, intentando ver cómo los artistas se involucraron en el proceso. En tu caso, ¿cómo viviste esta experiencia?
Me pasó que se me mesclaron varias cosas. Me asusté un poco, porque había un ambiente extraño. Siempre percibí una sensación similar a una olla a presión que me empujaba a irme, a estar fuera, no por querer escapar, sino porque definitivamente no me funcionaba el formato, el sistema, el modo en que se paga, la manera de trabajar, cómo estamos resguardados socialmente. Hace tiempo estaba viendo cómo salir, viendo becas, u otros modos, en fin; estaba en eso y ocurre el estallido y obviamente hubo una especie de revitalización, la sensación o esperanza de que algo podía cambiar.
¿De qué manera tú música se vio involucrada en este periodo?
Recuerdo que tenía un show durante una de las tantas marchas multitudinarias que hubo en ese momento. Recuerdo que no era posible llegar ni siquiera a Bellavista por la cantidad de gente que había reunida. Se me pasó por la cabeza suspender, sin embargo, decidimos hacer el show de todos modos. Llegó poca gente, pero llegó. Adentro era irrespirable, había mucho olor a lacrimógena. Mientras tocaba mi sensación fue que estaba haciendo lo correcto. Que tocar era una forma de protestar y resistir, que era una manera decir lo que nos pasaba, que había que hacer las cosas igual, porque era nuestro modo de manifestarnos.
Si miras en retrospectiva, ¿cómo ves el momento?
Fue bastante emocional, tuve miedo, esperanza, rabia. Creo que esa rabia siempre había estado dormida, pero con el estallido se comenzó asomar y a destapar lo evidente: la precariedad y pobreza en la que estábamos y estamos sumergidos.
¿Crees que tu música se vio influenciada por la revuelta?
Evidentemente el estallido fue un cambio de vida, no solo social, sino también íntimo, que influyó en la forma de relacionarnos, fue una oportunidad para apreciar lo que uno tiene y hace. Estuvimos demasiado insertos en estos viejos modos, en la digitalización de la vida y de la música en particular. Este abrumador estado de las cosas comenzó a generar un enorme vacío, que empezó precarizar todo, llevando al arte a carecer de arte. Comenzamos a ser esclavos de los números, de los likes y de las redes sociales. Me sentí afectada por esto mismo, porque el mercado elige a quien llevar a sus festivales, tienes más o menos trabajo en función a tu nivel de alcance en las plataformas digitales. Te metes en esta máquina, aunque no consigas mucho, o más bien nada. Con el estallido eso se destapó, comenzamos a hacernos cargo y darnos cuenta de que otras cosas estaban pasando, que había otras formas de hacer las cosas. Comenzamos a permitirnos a decir lo que uno quería decir y hacer lo que queríamos hacer, no lo que se suponía que se debía hacer para que las cosas funcionaran según el modelo que nos impuso la industria. Me pasó mucho eso. El neoliberalismo y sus modos quedó al descubierto. Todo por lo que se luchaba el estallido y que estaba también en la música se me restregó en la cara y me permitió darme cuenta que no lo quería en mi vida.
¿Qué imagen es la que más recuerdas?
La estatua de Baquedano intervenida de gente, montada una sobre otra, con fuego y banderas, con todos los sentimientos juntos: rabia, libertad, euforia y esperanza. Esa imagen lo dice todo, ir a vomitar y gritar la vida. El estallido y la pandemia nos demostraron que hace rato se está acabando el mundo como lo conocemos. Eso me tiene en un estado entre melancólico y esperanzador, siento que se está acabando, aunque lo que se está acabando se demora en irse, se aferra con uñas y dientes, se reúsa a aceptar que se terminó un formato. Sin embargo, soy muy pesimista o eso me han dicho. Tengo muchas aprensiones sobre lo que ocurre, tengo miedo que se suelte esta mini batalla que se ha ganado. Tengo esa sensación de que siempre terminamos haciendo lo que quieren que hagamos, que cuando te sueltan un poco, siempre buscan cómo agarrarte por otro lado. Realmente tengo miedo que lo que se avanzó pueda fracasar, que se convierta en una segunda transición.
Dentro del arte y la música, ¿qué males se han perpetuado o se niegan a desaparecer?
Hay una suerte de consenso común de que hacer música y arte en general es un pasatiempo y no un trabajo, que quienes hacemos música la hacemos porque venimos de círculos con dinero, o que quienes trabajamos en esto somos flojos y que no sabemos de qué va la vida. Esa mentalidad se ve reflejada en opiniones como la de la Ministra Valdés, quien dijo que “un peso que se coloca en cultura, se deja de colocar en otra necesidad”. Supongo que hay gente que, a partir de este tipo de desertadas y equivocadas miradas, se quedan con ese tipo de ideas, perpetuando el pensamiento de que el teatro, la música y el arte es una pérdida de tiempo, que puede ser muy bonito, pero que no lleva a ninguna parte, y por tanto no es necesario. Y claro que es necesario, porque entrega identidad, pero la historia del país, desde el golpe, es la misma: no quieren un país pensante ni crítico.
¿Qué rescatas de todo esto?
Que lo más importante hoy es generar redes y comunidad, que todos remamos para el mismo lado. Es todo tan pequeño que no tiene asunto llamar a esto industria, que no debemos seguir alimentando la precariedad a la que nos quieren someter, que nos lleva a estar compitiendo entre nosotros. Lo importante es enlazarse con otros, desde la cooperación, involucrarnos y levantarnos. Eso es lo importante. Con el sello 11:11 buscamos eso. Nos interesa mucho generar red y abrir las puertas. Hay que romper la envidia, hay que generar una modalidad distinta de entender la creación y la colaboración, cambiar el formato de trabajo y de vida. Dejar que el mundo cambie.