
¿De qué manera podemos interpretar el silencio? ¿Cuánto tiempo dura? ¿Qué imágenes habitan? ¿Qué está en uso o desuso? ¿Qué voces, formas y texturas alberga? Son algunas preguntas que aparecen cuando nos enfrentamos a este trabajo. Acaso como respuesta a estos tiempos de sobreinformación, de excesiva estimulación y faltos de experiencias más reales, Caves sirve como zona de sacrificio, en un acantilado lleno de preguntas y en medio de un mundo dividido entre el todo y la nada, que impide ver la zona intermedia entre ambos.
“Esto comenzó cuando puse el temporizador de 20 minutos para no tener que usar la alarma de mi teléfono cuando meditaba. Luego lo compartí con algunos amigos y les gustó, así que pensé en pedirle a otros artistas que hicieran canciones cortas que prepararan a la gente para largos momentos de silencio. Me imagino que podrían usarse como temporizadores para cualquier cosa. Me gustaría que sean de utilidad en estos tiempos ruidosos”, explicó Jaar. Laraaji, Lucrecia Dalt, Ana Quiroga, Sary Moussa, Will Epstein, Aho Ssan, Marzio Zorio y el mismo Jaar fueron los encargados de llevarnos al vacío, para abrir una puerta y enfrentarnos, como diría Artaud, a la realidad.
Abre, irrumpe y no cierra; más bien, vuelve a abrir, irrumpe nuevamente, pero esta vez con la estela de una cadencia que se cuela, como una invitación a olvidar lo que sabemos y dejarnos llevar por lo inmediato: sirenas, pasos, un televisor prendido, los pies de un perro, o el ronroneo de los gatos. Las preguntas suavemente aparecen, brotan como susurros que invaden la habitación, la transforman, nos hacen cuestionar sus dimensiones, colores, aromas, nuestras formas de habitar el espacio, a nosotros mismos, nuestros cruces con los demás y con eso otro imperceptible e invisible a nuestros ojos.
Crear “cuevas” que encapsulan un momento; un disco que puede ser “usado como cronómetro para cocinar, meditar, correr, caminar, dormir o lo que quieras” y en el que existe algo más; incluso más que un simple temporizador. Como un “Tacet”, palabra que irrumpe cada movimiento de la pieza 4´33’’ de John Cage y que obliga a mantener silencio durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, lo que sigue puede ser material sonoro compuesto a partir de los ruidos que el espectador escucha en un espectro de tiempo.
En Caves, cada track contiene un movimiento mínimo, una invitación a entrar en el vacío absoluto y preguntarnos ¿Es el ruido lo único que puede convivir en el espacio?, ¿es el silencio lo que lo colma?, ¿o el sonido serán sutiles y delgadas grietas de tiempo en suspenso? Lo profundo e inabarcable habita y confronta la construcción de nuestro mundo. Tendidos en la cama, caminando por un parque, contemplando las calles desde una ventana, desde el recuerdo, desde un destello de polvo que se abre paso por las hendiduras del techo; el disco busca desaprendernos de nuestras formas de escucha y conectarnos con los sonidos a partir de su silencio.
¿Qué distancia existe entonces entre cada introducción y cierre? El tiempo es una construcción social. Tal vez, las formas de percibirlo difieren de un punto a otro, de una persona a otra, de una edad a otra edad, de una biografía a una vida completamente diferente. ¿Cómo consumimos la música? ¿Es posible evaluarla? ¿Qué cánones se han impuesto en nuestra escucha? Todas éstas preguntas surgen, junto a otros modos de relacionarnos con el tiempo, el sonido y, sobre todo, con nuestras formas de llenar lo imposible.