
Hay que romper este círculo restringido de sonidos puros, y conquistar la variedad infinita de los sonidos-ruidos.
Luigi Russolo
Hasta el día que me muera habrá sonidos. Y continuarán tras mi muerte. No nos hemos de preocupar por el futuro de la música.
John Cage
Una familia. Dos continentes. Cuatro ciudades.
Tres banderas. Una lengua, la de la nada.
Edmond Jabes
Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo.
David Le Breton
16 parlantes enterrados en el desierto, cerca del Centro Arqueológico de Mleiha; una instalación de luz y sonido en un campo de tiro militar abandonado de 200 metros de largo, en Het Hem (Zaandam); la instalación de 10 grandes reflectores parabólicos giratorios que captan y emiten sonido envolvente hiperfocalizado; una acción colectiva donde el mar sirve de metáfora de una memoria líquida donde resuenan ilusiones, tragedias y dolores; o la intervención, tachadura y reescritura de la Constitución española. Busca, investiga, ensaya, reúne, y crea. El trabajo de Nicolás Jaar escapa de lo meramente musical, aunque el sonido muchas veces esté presente en cada una de sus acciones; corre de los políticos, aunque la política sea un espectro que transita su obra; huye de las concepciones artísticas, a pesar de que el arte esté presente en cada resultado creativo; oscila y contradice, esa es su forma de hacer avanzar el conocimiento. Ahí las preguntas son las que marcan el camino, como una voz que llena el paisaje de sonidos, pero ¿qué es exactamente lo que resuena?
“Para mí el sonido está ligado a una red de realidades que oímos, pero no escuchamos. Por eso pregunto, ¿qué oímos cuando oímos? ¿Oyes la habitación? ¿El micrófono? ¿El teléfono con el que estás escuchando la música? ¿Qué es lo que escuchamos? Una multitud de cosas, todas al mismo tiempo. Una canción nunca se reproduce en el vacío, por lo que cuando se habla de sonido es difícil no hablar de todo lo que hay alrededor, es decir, de todo lo demás”, explica Jaar a kilómetros de distancia, en Jerusalén, en medio de la finalización de sus estudios de griego antiguo, carrera que cursa tras hacer lo mismo con el hebreo antiguo y siríaco hace un año atrás, o con la literatura aplicada hace una década. ¿Quién es? ¿Qué busca? ¿Hacia dónde va? ¿De qué lugar proviene?
“Nací en Nueva York, soy de padres chilenos; luego viví hasta los 9 años en Chile con mi madre; después llegué a NY y no hablaba inglés, y nadie sabía dónde estaba Chile, ni menos qué era; me pusieron en una escuela francesa en Nueva York, porque mi abuelo es francés y mi padre vivió en Martinica durante muchos años en su juventud; cada año, sagradamente, entre diciembre y enero, regreso a Chile y como en casa de mis abuelos recetas palestinas. La familia de mi padre es de Palestina; puedes imaginarte cuán lentamente se disipó de mí esa idea de ser de un lugar específico. Me di cuenta que vivo en el ‘entre’, pero incluso este ‘entre’ es un lugar, y también puede ser un ‘aquí’”.
¿Qué significa ser de aquí? Es una pregunta que ronda cada vez con más fuerza su trabajo, como si fuera el hilo de Ariadna, la posibilidad de no perderse entre el paisaje, como si la voz de Herzog se colara en su oído y le insistiera una y otra vez: “mis pasos son firmes. Y ahora tiembla la tierra. Cuando yo camino, camina un bisonte”. En el tránsito se forjan rastros, experiencias, encuentros, comunidades; como si la vida misma fuera una obra de arte que enfrenta a la violencia, sus símbolos, lenguajes, formas, la imposición de un universo de sentido que pone en crisis el orden, abre grietas y, desde ahí, piensa de otra manera, totalmente distinta a la norma.
La posibilidad de reescribir y resignificar la intimidad de los afectos, los modelos de consumo o la autonomía y creación de los propios cánones, son pistas que existen en el trabajo de Jaar. Elabora las cosas que ocurren y adolecemos, trabaja con el barro bajo sus pies, entre sus manos, a través del pensamiento, palabra, sonido, baile o irrupción, con el único fin de encontrar preguntas, herramientas y armas para construir la vida cotidiana.
“En los últimos años he estado involucrado en más y más proyectos educativos, conversaciones y talleres sobre música y política. Principalmente han tenido lugar en Chile o Palestina y hemos hablado harto sobre estos temas de pertenencia, de las diferentes dimensiones de los sonidos y las redes de conexiones entre el mundo sonoro y ‘lo demás’. Supongo que esto tiene que ver con mis vínculos familiares con estos lugares, pero también es solo una coincidencia, porque es allí donde la gente me pidió que hiciera estas cosas. En Santiago participé en una iniciativa del Museo de la Memoria llamada ‘Mala Memoria’, donde los participantes estaban trabajando con el archivo sonoro del museo para crear nuevas composiciones. Tuvimos conversaciones muy emotivas, muy sinceras, siempre dejando espacio a preguntas que creaban más preguntas. Mientras tanto, en Palestina, he estado enseñando a personas que nunca antes han hecho música. También monté un pequeño estudio de sonido dentro de Dar Jacir, un centro cultural en Belén, donde invité a algunos músicos y artistas de Chile y de México a trabajar allí y realizar talleres para niños de los campos de refugiados cercanos. Como ves, los ‘aquí’ se cruzan”.
“La imaginación se basa en el juego”, escribió Byung Chul Han, “esta presupone espacios de juego en los que nada está definido con firmeza y delimitado con claridad. Necesita una imprecisión y falta de claridad” Son estas opacidades las necesarias para sostener el estatuto del juego, estar en medio, en mitad de algo, siempre a punto, pero sin alcanzar eso que parece cerca y distante al mismo tiempo. “Siempre me siento en el ‘entre'” de las cosas, por lo que es difícil llegar a algún lugar y sentir que tengo alguna respuesta. Para mí ha sido muy importante aprender a escuchar de nuevo. Siento que por muchos años estuve escuchando mi propio mundo, el de mi música, pero en los últimos años esta escucha la he llevado a lugares fuera de mí. Por eso también estoy aprendiendo a escuchar de nuevo, para ojalá compartir esa escucha o crear espacios de escucha colectiva”.
Es esa comunidad precisamente la que conforma Other People, una red de escuchas que buscan en el sonido una manera de construir nuevos y mejores espacios de convivencia: “Cuando empecé a salir de gira, me di cuenta que podía sacar la música de mis amigxs con el dinero que ganaba con las giras. Me pareció un lindo ecosistema, donde el dinero que vendría de las actuaciones también podría gastarse en sacar música de personas que influyen mi música o que amo. Entonces comenzó así, como una plataforma para mis amigxs. Poco a poco comencé a emocionarme con la posibilidad de curar un espacio donde existirían numerosos pliegues y capas, todos los cuales podrían hablar entre sí. Y así en 2014 comencé a sacar música de personas que me inspiraban, pero también de gente que no conocía antes. El libro The Network que publicamos en 2016 fue un punto de inflexión importante, donde el arte visual se convirtió en un ingrediente tan importante en la curaduría como en el sonido. Fue entonces cuando comencé a trabajar con Maziyar Pahlevan, quien ha hecho la mayor parte del arte del sello. Últimamente me he centrado en sacar trabajos colectivos, esto viene de lo que creo y que es una de las problemáticas más importantes de nuestro momento: ¿cómo trabajamos juntxs?”.

La pregunta confronta al momento actual de la industria, a sus sonidos transparentes, uniformes y revelados ante signos destruidos; ensambles con total olvido de las pequeñas pérdidas, las mínimas, íntimas, atmosféricas y ambientales. Una industria sin memoria de las grandes ausencias. Una industria reiterativa, forzada, sin historia, sin discursos, solo modos que se construyen como una urbe sin paisajes, solo sonidos sin abismos, con un fondo tangible y sin peligros vitales. Sonidos que establecen apariencias, volúmenes y vaciados del cuerpo que no volverá. Sonidos nostálgicos, sin futuro, próximos al lugar aprendido. Reconstrucción. No lectura, ni diálogo. Restaurar lo ya desecho, sin espacio a lo inédito, a lo que en su espectral presencia sopla no para repetir, sino para establecer un relato que dé cuenta de que en toda frecuencia se hayan otras complejidades, formas que han liberado sus propias maneras de comprender el hábitat y el modo de comprender las relaciones, cruces y convivencias.
“Hay más de 70 artistas que han contribuido en el sello por lo que es difícil decir que hay una forma específica en que funciona. Cada vez ha sido diferente. Por lo general, trato de encontrar personas donde se pueda escuchar esa resonancia particular de este lugar al que llamo el ‘entre’. En el mundo sonoro de todos los días, se escucha en el sonido entre estaciones de radio, o cuando enciendes un televisor o cuando una página web falla. Me gusta escuchar las máquinas en sí, no quiero que me engañen haciéndome creer que son silenciosas o peor aún, neutrales. Es este ‘entre’ el que me interesa, el ‘entre’ donde se escucha el sistema”.
Es en esa dilación donde se encuentra el sello; en un “entre” que es dos cosas al mismo tiempo: límite y abismo; la posibilidad de estar y, también, imaginar. Mucho de eso hay en Other People: estancias, reuniones y ejercicios donde las sensibilidades se reúnen en un lugar que es el no-lugar; espacio creativo que permite hacer y reflexionar, para luego soltar. Los proyectos Terepa, Caves o Weavings son prueba de que lo multicultural difumina las procedencias; crea un nuevo lugar de origen, con formas inéditas de entender el origen y las biografías. Ese espacio es el no-espacio, el no-lugar que encuentra en Other People los pliegues del lenguaje.
“El contrato de Other People es muy diferente a los contratos que he visto de otros sellos discográficos. No somos dueños de la música, ponemos los fondos para la creación de la obra y la difusión, pero una vez que se recupera el dinero, lxs músicxs son dueñas de sus creaciones. Es como una escalera que puedes tirar una vez que terminas de subirla. Otro aspecto del sello es que todo el dinero que ganamos lo damos a subvenciones para artistas y otras organizaciones. Así que realmente la idea es que la música financie una red de cosas fuera de sí misma.
El sello. Un no-lugar. Un espacio que habita Jaar junto a los otros. Un “entre” como una página en suspenso. Un espacio posible donde pensar lo imposible. Un entorno reflexivo que habita el sonido, que entiende su acontecimiento, su capacidad de ver más allá de cualquier signo, hacer cotidiana la escucha y así encontrar nuevos lugares en los que pensar nuestros contextos. “Ni estando en un cuarto aislado ni quedándonos estáticos podemos lograr que haya un silencio total; el latido del corazón, el sonido de nuestra respiración o el simple andar del viento lo impiden”, escribe Cage, mientras a los lejos, en algún lugar de la mente, avanza, silente, Jaar.
Me encanta poder apreciar la determinación con la que Jaar en comunidad busca ir más allá a pesar de estar en este “entre”, es una gran búsqueda y me gusta saber que es posible lograrlo, me inspira a seguir practicando todos lo días.